Dicen que ya no es libre la imaginación en el adulto. Con el inevitable paso de los años perdemos esa espontaneidad natural de la infancia. Unos recién llegados, el intelecto y la razón, la han desplazado a no sé qué recóndito lugar de la cabeza, y allí se manifiesta en un acto amoroso infatigable. Nos creemos entonces que en ese feliz momento la experiencia adquirida (que nos recuerda que ya crecimos), renueva sus votos con la imaginación disipada, en donde damos bajo una armónica perspectiva, su justo valor a lo elemental.
En este oasis de libertad gráfica y literaria se asoman desde todos los rincones un sinfín de espíritus indomables, que afrontaron sin cargas estorbosas el ejercicio de la imaginación a nivel literario y a nivel visual: Macedonio Fernández, Cortázar, Edward Lear o Benjamin Peret, el poeta surrealista por excelencia, quien según Luis Buñuel, era capaz de recrear otro mundo sin ningún esfuerzo cultural.
No obstante, la imaginación pura no basta para desarrollar una historia que seduzca a lectores y lectoras, tan exigentes, vigorosos, pero igualmente distraídos, tan ajenos a los estereotipos. Se trata entonces, de una búsqueda artística constante que requiere conjugar lo gráfico y la palabra, no en su justa medida, sino en una constante disposición a la experimentación. Definitivamente, no estamos frente a un libro didáctico, de agenda de enseñanza o a la convencional historia acompañada de ilustraciones. Como nunca, aquí el libro se convierte en un objeto, uno atrayente con el que se puede jugar, que se puede tocar una y otra vez. Que se observa con ojos codiciosos. Que sobresalen en medio de las bibliotecas con mal disimulado orgullo.
Requiere esta búsqueda formal y estética de una conjunción de puntos de vista: la del autor que muchas veces es también el ilustrador, la del diseñador y por supuesto la voz del editor. Un trabajo amalgamador aparentemente alejado del solitario oficio de escribir, que se me antoja similar a una empresa tan complicada como hacer una película, que aunque en muchos casos una sola persona pueda asumir todos los roles, en su camino debe apoyarse en otros nobles oficios. Se necesita de una buena historia (ese “mal necesario” que es un guionista), de un diseñador de arte, un productor, y hasta de un montador. Enfrentar estas realidades crueles pueden sacarlo bruscamente del mundo de la ensoñación imaginativa que hablaba anteriormente pero son, creo, el núcleo de una primera dificultad.
Los diversos lenguajes implicados en un libro álbum (y me refiero a un libro donde las imágenes tengan el mismo valor o aun más, en ciertos casos, que las palabras y no a un cuento ilustrado) se insubordinan constantemente, y a mi juicio, no deberían ser puestas en cintura. Esta aparente contradicción requiere de un gran esfuerzo imaginativo para crear una totalidad integral, un libro que sea al mismo tiempo armónico y coherente pero visualmente osado e innovador. Todo esto, sin perder la naturalidad a los ojos de un chico inquieto que se abandone desinteresadamente al placer estético de descubrir la palabra y la imagen, al simple juego de pasar y pasar las páginas.
Indudablemente, la dedicada labor editorial no debe opacar la espontaneidad imaginativa (o al menos eso es lo ideal). Para uno de los pioneros de los libros álbum, el holandés Leo Lionni, los mejores libros para niños son aquellos que describen los momentos remotos cuando la vida no había sido sometida a las exigencias e imposiciones del mundo adulto. Vuelve esa inquietante relación entre la experiencia adquirida de los mayores que nos permite ser creadores y la aparente incongruencia de la inmediatez del mundo infantil.
Esta "pérdida", que nos llega con la adultez, lejos de producir angustia creativa, se convierte en un duelo interno constante y deleitable tan cercano a la ensoñación diurna que practicaban larga y minuciosamente algunos surrealistas. La utilización de dos códigos expresivos, desde la concepción de las atmósferas hasta el juego con la tipografía, abre las puertas a una serie de posibilidades estilísticas, las que mejor se acomoden a la historia narrada.
Las dificultades temáticas aparecen por añadidura. La ensoñación y esa palabra tan gastada dentro de la literatura infantil que es "fantasía", no excluyen a la realidad. Mi experiencia como lector de libros álbum me ha permitido reencontrarme algunas veces con un mundo infantil visto desde sus propios códigos, aceptando sus misterios y aparentes incongruencias, su elementalidad que no es simpleza. Este acercamiento me ha permitido entender que existe, en la profundidad de sus textos y de sus propuestas gráficas, un género redescubierto por los adultos, a quienes ha ganado en estos últimos años como lectores potenciales. Las niñas y los niños no son seres estáticos ni perpetuos; se van transformando en lectores avezados, en curiosos exploradores del arte. No hallo diferencias notables, lo mismo pasa con un joven o un adulto que se acerca con afecto y ánimo fisgón a un libro ilustrado.
Prefiero, particularmente los libros donde no se oculta el mundo tras una cortina de humo. Este ha sido el caso de mis libros; el primero de ellos, El señor L. Fante que aborda el tema de la soledad y posteriormente los creados junto al intuitivo ilustrador Rafael Yockteng: Emiliano o la vida cotidiana en las grandes urbes, Eloísa y los bichos con el tema de inmigración y el drama de la adaptación social, Camino a casa sobre los desaparecidos, El primer día sobre los protagonistas anónimos de nuestro proceso de Independencia y Jimmy el más grande que aborda el tema de los niños en los pueblos olvidados. Todos estos títulos, sin embargo, no prescinden de elementos del microcosmos de la infancia o del humor.
Los conflictos, sean infantiles o no, han de tener cabida al igual que la sencillez de la vida diaria que nos da pequeños dolores de cabeza, las injusticias presentes en la sociedad, el desarraigo, las crisis familiares, los problemas de la ecología en un mundo frágil, los miedos, la pérdida de un ser querido, el hambre y la pobreza o los placeres, un día de campo, la gastronomía, las irreverencias que hacen reír de verdad a los más chicos e incluso la revisión pictórica o literaria de algún clásico. Se puede abordar en un álbum un tema no específicamente "infantil" como El Libro de navidad de Auggie Wren de Paul Auster ilustrado por Isol o ir más allá y plantear a los jóvenes lectores temas aparentemente complicados, como la tristeza, la soledad y la depresión profunda que invade al protagonista de El libro triste de Quentin Blake y Michael Rosen.
Todos estos ejemplos, pensados igualmente en su forma gráfica, desde la cotidianidad de los grises en las grandes ciudades, pueden transformarse en fondos negros, rostros amenazantes y colores enérgicos para narrar la cruda realidad urbana sin necesidad de palabras como lo hace la brasileña Ángela Lago en De noche en la calle. Estos sirven de parámetro para evaluar unas temáticas complejas, libres de los prejuicios que han gravitado sobre el tradicional cuento infantil, capaces de interiorizar a los personajes, de situarlos con propiedad en una atmósfera social, verídica algunas veces o completamente irreal en otras, pero en ambos, palpable y disfrutable.
Zanjadas las dificultades artísticas y temáticas, la siguiente etapa de este proceso debe ser la puntada final que corresponde al diseño y la calidad de edición en el libro. Concebido como un todo que fusiona la plástica y lo literario como un objeto estético, la labor del editor de libros álbum para niños o, ya es justo decirlo, para todas las edades, abarca desde los temas algo profanos -como las opciones en diagramación, la eficacia de la portada, los caracteres tipográficos, el tipo de papel, la encuadernación- a otros más simpáticos como el contenido, el rumbo conceptual de la historia y cómo se imbrica sólidamente al final, la ilustración y el texto. Ese resultado será una de las primeras experiencias de acercamiento al arte y a la literatura de un futuro ávido lector.
Al fin de cuentas es posible que esa imaginación indomable de la infancia se conserve con el paso de los años, y que el disparate, el nonsense pueda coexistir con la poesía, la prosa o las tradiciones orales en formas que aún no desciframos del todo. Mientras lo averiguamos escribiendo e ilustrando, experimentando con técnicas y temáticas, nuestra experiencia personal se enriquecerá con la visión de los otros, con la infancia revisitada una y otra vez, buscándole constantemente un espacio a la felicidad.
Hacía una definición del Libro Álbum
Una escueta definición (hecha por los especialistas) para los libros ilustrados y particularmente los llamados “libro álbum”, nos diría que es aquel en el cual el texto y la imagen se combinan para construir la historia. Ambos códigos se complementarán, pero ninguno deberá subordinar al otro. Encontraremos igualmente títulos que prescinden de la palabra y construirán una historia sólo con imágenes, pero nunca un libro álbum se presentará sin ilustraciones.
Pero la verdad, más allá de esta definición pretendidamente exacta no logra enclaustrar la riqueza de matices que puede tener este género literario para un lector joven e inquieto. Joven, digo, porque me refiero a alguien que se enfrenta acaso por vez primera con la imagen y la palabra escrita. Prefiero ceder la palabra al investigador vasco Villar Arellano:
“Hay dos puertas de acceso infantil al universo literario y al ámbito del arte: la primera es la voz del adulto, que transmite a los más pequeños el calor y la fascinación de los relatos; la segunda es la imagen, un estímulo directo e impactante que los sitúa de lleno en un valioso contexto de formas, colores y sensaciones estéticas.
Ahí reside el principal valor del libro ilustrado: en ese papel de iniciación, de entrada al mundo simbólico del arte, al placer de contemplar, imaginar y sentir.
Cada vez hay una mayor conciencia de la función educativa de la ilustración, quizá por eso ha ido cobrando una creciente relevancia dentro de la creación editorial para niños y jóvenes, pasando de ser un elemento auxiliar, un recurso de apoyo para el texto, a constituir parte integrante de la narración. Dicha evolución está también relacionada con el propio devenir de nuestros hábitos culturales y con el desarrollo de nuevas formas de lectura.
Definido entonces el género, diríamos ya para finalizar que ha encontrado además un destino en otros lectores, en los adultos, como pueden ser diseñadores gráficos, artistas, estudiantes de letras o simplemente quienes se sienten atraídos por el libro como objeto. Son momentos de inclusión, que permiten el diálogo y los guiños que no resultan propiamente infantiles, dejamos de ser intermediarios para convertirnos en felices lectores universales. Sobre el interés de los lectores “grandes” a estos libros el comité de selección del Banco del Libro de Venezuela acertadamente ha tenido en cuenta unas consideraciones pertinentes: A los libros para niños nos acercamos desprevenidos. pensamos que éstos no significan un reto para nuestras capacidades de comprensión. No esperamos encontrar en ellos los contenidos ni las exigencias de una lectura adulta. Nuestras expectativas nos hacen bajar la guardia y mostrarnos más dispuestos, más proclives a conmovernos con un libro para niños.
Lo mismo podría decirse de las ilustraciones. No nos acercamos a ellas con ojos críticos, ni buscamos interpretarlas como quizá lo haríamos cuando visitamos una galería; tan sólo nos dejamos llevar por el poder evocador de las imágenes. Los libros para niños permiten un genuino goce estético, sin prejuicios ni análisis exhaustivos. Así nos entregamos desprevenidamente a una experiencia más cercana.
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